Febrero de 2008
Esa es la cifra que puede convertir un viaje de ocho horas en una especie de paraíso. Y eso que, en principio, ocho horas no es una cantidad de tiempo demasiado grande. Todo depende de cómo tengas que pasarlas, claro. Supongo que si las tienes que pasar metiéndole el dedo en el culo a pollitos para saber si son macho o hembra…el tiempo pasa más despacio. Además, seguro que llega un momento en que pierdes la sensibilidad en la yema de los dedos y optas por inventártelo: “Éste es macho”. “¿Cómo lo sabes?”. “¡Lo sé y punto!” Y si no me crees, métele tú el dedo”.
¿De verdad no hay maneras menos desagradables de descubrir el sexo de un pollo? No sé. Por ejemplo: déjalo un par de semanas en un rincón y si pone un huevo…es una gallina. No obligues a nadie a meterle el dedo por el culo a un pollito. Le estás estropeando la vida. Piénsalo: ¿dejarías que un tío que se dedica a meterle el dedo en el culo a pollitos…te acaricie la cara? Yo no podría ser sexador de pollos. Seguro que acabaría metiendo un pollito en cada dedo y haría bromas del tipo: “Mira, soy Eduardo Manos Pollito” De todos modos… ¿a quién le importa el sexo de un pollo? La gente lo que quiere es comérselo y punto. O pintarlo de azul y vendérselo a un niño en algún mercadillo. Los niños pagan millonadas por cualquier cosa. Por eso los niños no trabajan. No tiene nada que ver con proteger al menor ni nada de eso. Los niños no pueden trabajar porque se gastarían el dinero en chorradas.
Pero volvamos al viaje de ocho horas. Existen dos tipo de billetes: turistas y preferentes. Aunque cuando la diferencia entre las dos clases es de cuatro mil euros, yo prefiero hablar de ricos y pobres. Admitámoslo: alguien que paga cuatro mil euros mas que tú por poder estirar las piernas y tener un asiento que se echa para atrás más que el tuyo es rico. Pero hay algo que una persona que viaja en preferente nunca tendrá. Es una ventaja que tenemos al viajar en turista, y es que para llegar a tu asiento, tienes que pasar por la primera clase. Parece una chorrada (y probablemente lo es), pero siempre que paso por preferente miro la cara de la gente que está sentada y os juro que siempre veo a alguien que está claramente jodido. Se reconoce porque está cabizbajo, triste, solo…Y verle así es muy agradable. Es muy agradable porque pienso: “Te has gastado cuatro mil euros más que yo. Tienes un asiento reclinable que te da masajes, tienes tu propia tele con 12 películas para escoger, te darán una buena cena y toda la bebida que quieras, pero como estás jodido…no lo vas a disfrutar” ¡Ja ja ja! (risa malvada)”.
Por cierto, lo más importante si hacéis esto es no pensar en que probablemente esa persona, cuando llegue a su casa, tendrá un jacuzzi privado en el que relajarse. Aunque, en realidad, si lo piensas fríamente, el que una compañía aérea te haga pasar por preferente cuando tu asiento es de turista…es algo muy cruel. Lo único que falta es que una azafata se te acerque y te susurre al oído: “Mira lo que te vas a perder por no tener dinero”. Y cuando acaba la frase te empuja para que salgas de allí.
De todos modos, me cuesta entender a la gente que va seria en preferente. Si yo pagara cuatro mil euros por ir en primera, ¡por mis cojones que esas ocho horas serían las más divertidas de mi vida! Os juro que cuando me dijeron que si quería ir en primera solo tenía que pagar cuatro mil euros más, lo primero que pregunté fue: “Por ese precio supongo que me dejareis pilotar un rato, ¿no?”.
En fin…Lo que si tiene que ser una putada de las grandes es pagar cuatro mil euros más y una vez llegas al aeropuerto…descubrir que te han perdido las maletas. Es lo malo. Que por mucha pasta que pagues, el tío que se encarga de tus maletas es también el que se encarga de las mías. Y ése es igual de torpe pa ti que pa mi. Con una diferencia: supongo que un tío que paga cuatro mil euros más lleva en la maleta algo de valor. Al final, el que no se consuela es porque no quiere. Hasta el mes que viene.
Enero de 2008
Desde que empecé a escribir en esta revista me he dado cuenta de que si la gente sólo se limita a leer lo que escriben otros…no desarrollan la parte creativa de su cerebro. La parte que les permite inventar historias. Desarrollar la imaginación. Inventar nuevos mundos.
Por eso, aprovechando que dentro de muy poco será el día de Reyes, quiero hacerte un regalo muy especial. Te regalo la última página de una revista de tendencias para que escribas lo que te salga de las narices. No me des las gracias.
FELIZ AÑO NUEVO
DICIEMBRE 2007
Pensé que tardaría más en hacer esta frase, pero...empiezo a estar harto de escribir artículos. Y no entiendo por qué. Al fin y al cabo, la mayoría de seres humanos somos unos vendidos. ¿En serio crees que cuando un tío te llama para que te cambies de operadora de teléfono lo hace porque está convencido de que la suya es mejor? Lo hace porque le pagan. Si a ese tío le ofrecen 300 euros más, mañana te está llamando para que no te cambies. Yo mismo llevo tres meses diciendo que exfoliarse la cara es lo mejor para rejuvenecer la piel cuando, en realidad, me la sopla de una manera tremenda lo que hagas con tus puntos negros.
Aunque me siento afortunado. Imaginad que en lugar de en una revista de tendencias me hubiesen propuesto escribir en una revista de gente que se zumba a su mascota…Al abrir mi buzón, en lugar de encontrarme con una portada donde se ve a una chica en actitud sensual me encontraría con un señor de 60 años haciéndoselo con un labrador. Y ahora que no me venga el clásico estudiante de fotografía a decirme que, “si sabes jugar con la luz”, cualquier foto puede ser artística, porque la foto de un tío dándole por detrás a un labrador es desagradable pongas la luz que pongas.
Lo extraño de escribir en una revista de tendencias es que la gente cree fervientemente que estás al corriente de absolutamente todo, y te preguntan cosas como: “He visto un nuevo modelo de bañeras de hidromasaje que lleva una especie de soporte donde puedo conectar mi iPod, y dicen que las burbujas salen al ritmo de la música. ¿Sabes si se podrá conectar el iPod de 30 gigas o es sólo para el iPod nano?” Sinceramente…
Lo único que sé de las bañeras de hidromasaje es que si tapas con el dedo uno de los chorros, el resto sale con más fuerza. Y con esa información tengo más que suficiente para divertirme en una bañera de hidromasaje. No necesito complementos que hagan que las burbujas salgan más o menos rápidas, ni luces que hagan el baño más acogedor. Solo necesito que tenga un par de agujeros por los que salga aire y un dedo. Con eso…soy feliz.
En realidad soy un tío casi prehistórico . El otro día vi un exprimidor de naranjas que llevaba un librito de instrucciones. ¿Os lo podéis creer? ¡Instrucciones sobre cómo usar el exprimidor de naranjas! ¿Cómo un acto tan sencillo como cortar una naranja por la mitad y apretarla contra algo en forma de cono puede llegar a complicarse tanto que sea necesario usar un manual de instrucciones?
Algo está fallando. Hay gente que para hacerse una tortilla necesita: una sartén antiadherente y antisalpicaduras; un aparatito que rompe los huevos evitando que se manche la cocina; una tapa que permite dar la vuelta a la tortilla sin que se caiga y una pala para sacar la tortilla de la sartén sin que se rompa. Y mi madre cocina para cuatro con un par de sartenes viejas, un cuchillo y una cuchara de palo. Algo va mal.
Me cuesta acostumbrarme a las cosas modernas. De niño quedé fascinado el día que vi a un tipo con unas gafas de sol que no necesitaba quitárselas cuando entraba en una tienda. Levantaba los cristales oscuros y…¡tachán! Las gafas de sol se convertían en normales. Ese fue para mí el mayor invento de la historia.
Pero años más tarde vi a un tipo con unas gafas de sol con las que ni siquiera necesitaba levantar los cristales al entrar en una tienda, porque las lentes se adaptaban a la luz. Fue increíble. Hoy, 15 años después, en lugar de encontrarme con un tipo que tiene unas gafas que desaparecen al entrar en una tienda, me encuentro con un exprimidor que lleva instrucciones. Si algo no va al revés, pido perdón.
NOVIEMBRE 2007
UN MAL DÍA por Ángel Martín
Hoy he tenido un día de mierda. Lo mejor de tener un día de mierda es que todo el mundo sabe a lo que te refieres. Si te acercas a cualquier persona en cualquier parte del mundo y le preguntas: “¿Sabes lo que es tener un día de mierda?” Te dirá: “¡Desde luego!”. Personalmente, creo que tener días de mierda es bueno porque es algo que nos diferencia del resto de animales. No me imagino a un pato diciéndole a otro: “Menudo día de mierda llevo, macho”.
Para empezar, he perdido un tren porque al llegar al centro de Madrid me lo he encontrado cortado y he tenido que rodear toda la ciudad para llegar a la estación. Llevo poco tiempo en Madrid, pero el paseo de la Castellana me lo he encontrado cerrado un montón de veces por algún tipo de celebración: desfile de las fuerzas armadas, manifestación del orgullo gay, día mundial de las bicicletas… Me lo he encontrado prohibido tantas veces que empiezo a pensar que el Paseo de la Castellana se puede alquilar. Estoy seguro de que si vas al Ayuntamiento y avisas con tiempo puedes cortarlo para celebrar tu cumple. Aunque lo que más me ha fascinado hoy ha sido el encargado de seguridad del parking de la estación de tren.
Prometo que hoy, el maletero de mi coche era probablemente el maletero mas sospechoso que hayáis visto en vuestra vida: una maleta sucia y rota, dos bolsas de deporte, un saco negro enorme que ni siquiera sé que es, una especie de soporte de hierro y una botella de líquido que podría ser gasolina. Antes de entrar al parking, el tipo se ha acercado a la ventanilla y me ha dicho: “Necesito que abra su maletero”. Me he bajado del coche y os juro que antes de abrir por completo el maletero, el tío, bostezando, me ha dicho: “Gracias. Puede pasar”.
Creo que, en realidad por lo único que me ha hecho salir del coche es porque le ha jodido que yo estuviera dentro calentito y él no. Así que el tío debe haber pensado: “Voy ha hacer que este tío se constipe”. En fin…Una vez que he superado las exhaustivas medidas de seguridad, que, visto lo visto, consisten en no llevar un cadáver a la vista, he tenido que hacer una cola de media hora para poder cambiar el billete.
Hacer colas no es algo que me importe mucho. Tampoco es algo que me haga llorar de alegría, pero reconozco que no es de las cosas que más me cabrean, a menos que vea que de 24 ventanillas de atención al cliente sólo cuatro están abiertas. Eso es algo que me pone de mala leche, porque es como si los dueños de la empresa te estuvieran diciendo en voz baja: “Tenemos 24 ventanillas. Si quisiéramos podríamos hacer que no tuvieras que esperar más de cinco minutos, pero…no queremos”.
Al final he optado por cancelar el viaje. La verdad es que lo que ha conseguido RENFE tiene mérito: una empresa que se dedica a vender billetes de tren ha logrado que se me quiten las ganas de viajar. Lo mejor ha sido salir del parking viendo cómo el tipo de seguridad se acercaba a la ventanilla de un coche y le decía al conductor: “Necesito que abra su maletero”. Y antes de que el conductor lo hubiese abierto por completo, el tío de seguridad, bostezando, ha dicho:”Gracias. Puede pasar”.
En realidad, este tipo de persona, los que hacen su trabajo sin ganas, me parecen entrañables. Aunque preferiría que tuvieran trabajos con un poco menos de responsabilidad, alguno en el que no hacerlo bien no suponga una gran tragedia. Algo tipo ‘vendedor de globos en un parque’. A lo mejor me equivoco, pero, en principio, un vendedor de globos no parece un tipo que tenga muchas responsabilidades. Lo único que tiene que hacer bien es atarse el cordelillo al dedo para que no se le escapen los globos. Y en caso de que olvide atarse el cordelillo y se le escapen todos los globos, ¿a cuánto puede ascender la pérdida?, ¿a 10 euros?
En cualquier caso, lo importante es no olvidar nunca una de las leyes de Murphy que dice: “Sonríe. Mañana puede ser peor”.
OCTUBRE 2007
"Este verano he tenido que enfrentarme a uno de mis miedos: volar. Y digo "uno", porque se podría decir que soy un tío bastante cobarde. Mis miedos van desde confundirme y echarle sal al café a amanecer en una bañera llena de hielo con un riñón de menos. Es lo bueno de los miedos; no tienen por qué ser racionales. Le puedes tener miedo a lo que te salga de las narices. Para ser del todo sincero, volar no me da miedo. Lo que me da miedo es estrellarme. No sé por qué, pero normalmente cuando alguien descubre que le tienes miedo a volar lo primero que te dice es: "no seas tonto. El coche es muchísimo más peligroso que el avión". Todavía no sé que esperan que hagas al decir eso. Supongo que esperan que digas algo del tipo: "Pues ahora que sé eso, ya no solo no tengo miedo sino que voy a intentar convencer al piloto de que me deje hacer todo el trayecto sentado fuera, en el ala".
En Agosto hice el vuelo más largo de mi vida: ocho horas. Y os aseguro que si le tienes miedo a volar, hay datos que deberían ser ocultados. No mola nada sobrevolar el Atlántico leyendo en el asiento del respaldo delantero que en caso de accidente puedes usar el asiento como flotador. Básicamente porque a mí esa clase de información me hace pensar también en las cosas que NO puedo usar para flotar. Cadáveres, por ejemplo. Se de agua y se hunden.
Lo más gracioso si le tienes miedo a volar, es cuando justo después de despegar el capitán te da la bienvenida a su avión y te intenta tranquilizar diciendo cosas como: "Gracias por escogernos y no se preocupen por nada. Nuestra tripulación está preparada para cualquier imprevisto". Sinceramente: no me lo creo. ¿Me estás diciendo que la tía a la que he tenido que repetirle tres veces que quiero el zumo de melocotón sin hielo es capaz de mantener la calma mientras el avión en el que viaja está cayendo en picado desde 10.000 pies de altura a una velocidad media de 400km/h? No me lo creo. Aunque si os toca la azafata que me atendió a mí, cabe la posibilidad de que sea capaz de mantener la calma, porque probablemente ni siquiera llegue a enterarse de que estamos a punto de matarnos.
El miedo a volar tiene una ventaja sobre el resto de miedos: puede pasar inadvertido. Los humillantes son los miedos que no puedes esconder. Me explico: si le tienes miedo a volar, tú puedes subir al avión, sentarte, abrocharte el cinturón de seguridad, cerrar los ojos, no abrir la boca durante todo el vuelo, bajar del avión y ya está. Nadie sabrá nunca que el motivo de tu silencio era el pánico a estrellarte. Mientras no te orines encima, nadie sospechará nada.
Ahora bien, si tú estás sentado en una terraza con amigos, de pronto sientes un cosquilleo en la mano y al mirarte ves que tienes una abeja... la auto humillación está asegurada. Cuando una abeja se pone a volar a tu alrededor, la gente te mira como si fueras el único cobarde y te dicen: "Pasa de ella. Si no la molestas, no te hará nada." Os digo una cosa: yo me he peleado con seres humanos por molestarme menos de la mitad de lo que me ha podido molestar una abeja. Si tuviéramos con las personas la misma paciencia que tenemos con las abejas, el mundo sería un lugar mucho más tranquilo. Moraleja: las abejas dominan el mundo.
Las arañas tampoco me gustan. Y eso que la mayoría de las arañas son como una abuela de 90 años, pueden pasar semanas enteras sin moverse de un rincón. De hecho, ésa es su estrategia para crearte pánico. Las arañas pasan semanas en el mismo rincón y, de pronto, una mañana ya no están. Os aseguro que en ese momento todas las personas que, como yo, le tienen miedo a las arañas no venenosas si no pueden evitar agobiarse pensando dónde coño ha ido. Cuando eso pasa, me gusta imaginar a la araña escondida en algún rincón, descojonándose de nuestra cara de idiota. Y os aseguro que si lo hace para reírse de nosotros no la culpo. Supongo que si eres una araña inofensiva tus maneras de divertirte deben de ser limitadas.
Y tengo más miedos, pero no queda hoja".
SEPTIEMBRE 2007
Antes de empezar, quiero hacer una advertencia: éste es el primer articulo que escribo en mi vida lo que significa que hay un 90% de probabilidades de que sea el mayor monton de mierda que hayas leido jamás. Por cierto...¿se podrán usar los terminos "monton de mierda" en una revista de tendencias? Supongo que si lo hago con la cara bien exfoliada, no hay ningún problema. Así la gente dirá: "Es un malhablado, pero tiene la cara tan suave que se le perdona todo".
Es fascinante la cantidad de cremas que existen para tener una piel bonita: exfoliante, hidratante, reductora de brillos, de grasas, para piel mixta, seca, crema que disimula los rasgos cansados, la que elimina las arrugas, la que evita que aparezcan arrugas, antiflacidez... Pero, ¿sabes qué es lo más fascinante? Levantarte cada mañana una hora antes para afeitarte, exfoliarte, echarte tu after shave sin alcohol para que no se te queme la cara, ponerte tu crema hidratante para el rostro, otra para el contorno de ojos... y, de pronto un día, a las diez de la noche, después de haberte lavado la cara con un gel limpiador de impurezas y tras aplicarte la crema hidratante regeneradora de noche, mientras estás cenando tu ensalada baja en calorías, aparece en la tele un tío de 80 años que no ha salido de la aldea en su vida, con la piel de la cara como el culo de un recién nacido. La reportera le pregunta: "¿Cuál es su secreto para mantener la piel tan joven?". Y el tío responde: "Yo no hago na". ¿No os jode eso? Yo lo odio.
No sé vosotros, pero si yo veo en la tele un señor de 80 años que no ha salido nunca de su pueblo con una piel limpia de impurezas, lo último que necesito escuchar es que su truco para tener la piel así es "no hacer na". Yo necesito que me mienta. Necesito escuchar que ese señor tiene un sistema que suponga más sacrificio que el mio. Necesito que cuando la reportera le pregunte "¿cual es su secreto para mantener la piel tan joven?", el tío diga: "Pues lo primero que hago al levantarme es tumbarme debajo de la vaca, me aplico una mascarilla utilizando sus primeras heces y, mientras se seca, me tomo el primer litro de leche mamando de las ubres".
Lo importante es que cuando yo me acueste en mi colchón antiácaros piense: "Menos mal que se han inventado las cremas". Reconozco que soy de los que prueban un montón de cremas, pero eso sí: siempre sigo una estrategia. Hay gente que decide comprarse una crema basándose en la composición, otros prefieren una casa de cosméticos determinada... Yo me baso en si me mola el anuncio o no.
Y entre los anuncios por los que tengo especial cariño está el del pescador noruego que usa crema para hidratarse las manos. Es ése en el que salen las manos de un pescador recogiendo cuerdas en alta mar mientras el barco va de un lado a otro porque está diluviando, y el tío en lugar de estar preocupado por si llega una ola que los manda a todos al fondo del mar, decide ponerse crema para que no se le resequen las manos.
Estoy convencido de que el tío debe tener unas manos preciosas, pero... ¿qué pensará el resto de pescadores noruegos cuando después de 18horas en alta mar y habiendo estado a punto de morir, entren en la taberna del puerto y él diga: "Bueno... yo me voy a casa a ponerme crema en las manos para que no se me resequen. Hsata mañana, chicos"? No debe resultar fácil ser un pescador noruego metrosexual. Supongo que, más de una vez, el resto de pescadores noruegos, al salir de la taberna borrachos, habrán mirado en dirección al barco donde vive el cremitas, como ellos lo llaman, y, tras varias miradas complices y ver a través de la ventana como se hidrata las manos mientras escucha Kenny G, alguno habrá roto el silencio preguntando: "¿Le quemamos el barco?" Sólo me queda añadir una cosa más: no te vayas sin volver a leer el primer párrafo de este artículo.